domingo, 3 de abril de 2011

Gabriella Infinita (Comentario).

Difícil recordar la sensación que cada letra, cada pedazo de historia que Jaime Rodriguez, el autor de Gabriella Infinita, alcanza a producir. Por si solo, el relato permite explorar emociones con Gabriella, la protagonista, cada vez que no entiende por qué se fue Federico, cuando intenta explicaciones acerca de su paradero, o en todos los instantes que nostálgicamente recuerda los momentos felices antes de la concepción.

Primero y aunque no se trate del relato, fue emocionante ver que el autor es colombiano, porque se hizo aquí, en Bogotá, y la invitación a leerlo llegó desde España. Se siente que la historia fue y regresó, pero más tarde se entiende que nunca tuvo fronteras, que como todo buen relato, es para todos.

Particularmente me viene a la cabeza el momento en que "El Guerrero", junto al grupo de nuevos reclusos en el hospital, buscan explicaciones acerca de su estancia en ese lugar. Uno de ellos tiene talento para lanzar teorías y aunque no recuerdo su nombre, en la lista de posibilidades incluyó una en que todos son materializaciones de un escritor en proceso de creación. Lo emocionante del asunto es que como lector uno sabe que es así, pero para los personajes no puede ser porque tendrían que aceptar que no existe una razón para estar ahí, o al menos, no una como la que ellos buscan.

El sonido utilizado profundiza la sensación de desconsuelo, por ejemplo, cuando Grabiella encuentra la gabardina o las fotos en el cuarto desordenado de Federico. El relato transmite impotencia, soledad y nostalgia en cada pasaje. No importa si son recuerdos felices, porque anticipadamente se saben lejanos e inalcanzables, especialmente ahora que la guerra ha consumido para siempre el pasado tranquilo de la ciudad.

En algunos momentos se despierta la necesidad de estar ahí, de ayudar a la solitaria mujer a armar una mentira que satisfaga su necesidad de sentirse amada, una tan buena que justifique el pasado de Federico. O de convencerse otra vez y para siempre, que en cada acto individual de evaluación (o rechazo) a la trivial continuidad del camino marcado por el pasado, hay una oportunidad de crecimiento social.

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